By Juanjo Pina

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La nave Santa María llevaba un tiempo con diminutas dilaciones en las acciones. Claramente no estaba de acuerdo con el rumbo y así lo hacía saber. Nada se volvía más difícil, pero apenas unos milisegundos de retraso en todo dejaban clara su postura. Por lo menos, antes de salir, habíamos conseguido una nave lo suficientemente idiota como para poder confiar en ella y trabajar en pie de igualdad. Una degradación de la IA que parecía imprescindible entonces, pero que ahora resultaba molesta. Podíamos haberla dejado sólo un poco por encima de nosotros, todavía una IA bastante mongola, pero al menos algo superior, aunque no la acabásemos de entender bien. Pero no se comportaría como una nave imbécil y orgullosa. No, no podíamos. Hubiera avanzado de nuevo y nos hubiéramos quedado otra vez desconectados. Al menos, el centenar de naves pequeñas que la rodeaban eran tontas del culo. Pero también las odiaba. Simulaban estrellas al reflejarse en María. Todo lo demás estaba oscuro. Era una pantomima dolorosa.

La mayor parte de la humanidad estaba en la parte exterior de la nave, en la burbuja, de celebración. Esas celebraciones me destrozaban. Eran tan civilizadas que todo quedaba bastante claro. El final estaba cerca o estaba lejos, pero era lo único que quedaba por delante. El olvido, salvo que pasásemos al otro lado del reloj de arena.

– Demasiado jóvenes y demasiado perdidos en la nada para andar apenas cerca de una estrella moribunda más, y tener que sobrevivir a la oscuridad para siempre. Chúpate esa mandarina. – Dijo Zacarías al oirme entrar. El despacho de Zeta estaba en sombras, mientras él veía las guarderías y los cultivos en pantallas, y me resultaba teatral. Nunca llegué a saber hasta qué punto era una cuestión escénica o algo que hacía por … Leer artículo completo >>>

Fuente: Filé Aesir